Emociones positivas versus negativas.
Claves de la ComPol. Parte XXI
Por: @OrlandoGoncal
El escenario político contemporáneo se asemeja cada vez más a una gran representación teatral donde las emociones son el motor de la acción.
En la búsqueda de la atención y el apoyo del electorado, los líderes han perfeccionado dos estrategias opuestas: apelación a las emociones positivas y, la manipulación de las negativas. Ambas buscan influir en el votante, pero, sus impactos, riesgos y efectos sobre la democracia y la gobernabilidad son radicalmente distintos.
El uso de emociones positivas en la comunicación política moderna se basa en la esperanza, el orgullo, la empatía y el sentido de comunidad. Un líder que apela a la esperanza inspira al electorado a creer en un futuro mejor, a visualizar un país próspero y unido. El orgullo nacional, bien canalizado, puede ser un poderoso aglutinador social que fomenta el compromiso cívico y el trabajo conjunto por un objetivo común. La empatía, por su parte, humaniza la política, promoviendo el entendimiento entre diferentes grupos y la búsqueda de soluciones inclusivas.
El impacto de las emociones positivas en el electorado es la movilización constructiva, donde el votante se sienta motivado a participar, no por el miedo a un enemigo, sino por la creencia en un ideal. La relación con el líder se basa en la confianza y el respeto; y el discurso político se debe centrar en la construcción de soluciones y cooperación colectiva. Un ejemplo, puede ser el discurso que enaltece la diversidad cultural, o el potencial económico del país, invitando a la ciudadanía a ser parte activa de su desarrollo.
Sin embargo, el uso de estas emociones no está exento de riesgos. Un exceso de optimismo puede volverse irreal y ser percibido como una manipulación, especialmente si las promesas no se cumplen. Un líder que solo apela a la esperanza puede ser acusado de ser “ingenuo” o “desconectado de la realidad”. La confianza, una vez rota, es difícil de recuperar. El mayor riesgo es que esta estrategia sea utilizada como una pantalla para encubrir la falta de propuestas concretas o para desviar la atención de problemas urgentes.
Por otro lado, la comunicación basada en emociones negativas opera en un terreno oscuro y agresivo. Se alimenta del miedo, la ira, la frustración, el resentimiento y hasta el odio. Un líder que utiliza el miedo contra el otro (ya sea individuales o colectivos, como a grupos de inmigrantes, élites corruptas o poderes extranjeros, etcétera.) buscando consolidar su base electoral a través de estas emociones.
La ira es utiliza para movilizar al electorado en contra de un enemigo común, creando una sensación de “nosotros contra ellos”. El resentimiento y la frustración son explotados para señalar a supuestos culpables de los problemas económicos y sociales.
El impacto en el electorado es, en gran medida, la polarización y la anulación del pensamiento crítico. Las emociones negativas suprimen la razón y fomentan la obediencia al líder que se presenta como el único capaz de resolver el problema. Los votantes, en lugar de elegir un proyecto, eligen un “salvador” o un “vengador” que promete castigar a los culpables. La política se convierte en una lucha del poder por el poder, no en un debate de ideas.
Los riesgos de esta estrategia son profundos para la democracia. La manipulación de emociones negativas puede llevar a la deshumanización del oponente, a la normalización de la violencia verbal y, en casos extremos, física. La polarización destruye el consenso y el diálogo, haciendo inviable la gobernabilidad y el compromiso.
Un sistema político basado en el odio y el resentimiento es inherentemente inestable y propenso al autoritarismo. La democracia, que depende del respeto mutuo y la deliberación, se marchita en un ambiente de constante confrontación.
En conclusión, la comparación entre ambas estrategias es reveladora. Mientras que las emociones positivas buscan construir y unir, las negativas se centran en la destrucción y la división.
Las primeras, aunque con sus riesgos, fomentan un electorado participativo y un sistema político deliberativo. Las segundas, en cambio, crean un electorado manipulable y un sistema político disfuncional.
La elección de una u otra estrategia tiene un impacto directo en la salud de la democracia y la gobernabilidad. Un líder que elige la esperanza sobre el miedo y la empatía sobre el resentimiento no solo está construyendo una mejor campaña, una mejor sociedad, sino también un mejor país.
La democracia, para prosperar, necesita del corazón del elector, pero ese corazón debe ser guiado por la esperanza, no por el miedo.





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