Me voy sin amarguras.
Por: @OrlandoGoncal
Frase titular en medios periodísticos del mundo, pronunciada por el presidente estadounidense Richard Nixon, en su discurso de renuncia el 8 de agosto de 1974.
Nixon llegó a la Casa Blanca primero como vicepresidente, uno de los más jóvenes entre 1953 a 1961. Luego compite para presidente y pierde contra John F. Kennedy, logrando posteriormente ser electo presidente en 1968, y se reelige en 1972.
Todo se originó con el escándalo político a principios de la década de 1970, por el robo de documentos en el complejo de oficinas Watergate de Washington D. C., sede del Comité Nacional del Partido Demócrata de Estados Unidos, y el posterior intento de encubrir a los responsables.
Nixon libró una larga y complicada batalla legal y mediática para tratar de ocultar la verdad y librarse del caso, pero las investigaciones periodísticas fueron desenmascarando la verdad del caso, lo que llevó al FBI a investigar a fondo el escándalo, y luego el presidente Nixon trató por la vía judicial de frenar la investigación, y terminó perdiendo la batalla ante la Corte Suprema de Justicia, al obligarlo a entregar grabaciones de conversaciones sostenidas por él y colaboradores que evidenciaban su participación y conocimiento del caso de espionaje al Comité Nacional Demócrata.
El 7 de febrero de 1973, el Senado de los Estados Unidos votó 77-0 para aprobar la Resolución del Senado y establecer un comité para investigar Watergate. El comité investigó el caso, siendo transmitidas las audiencias por las principales cadenas de televisión y se calculó que cerca del 85% de los estadounidenses se informaron del contenido de la investigación.
Acorralado y sin respaldo político Nixon resuelve renunciar, y en su discurso pronunciado desde el despacho de la Casa Blanca, dice: “Dejar la presidencia antes de que mi mandato termine es algo que aborrezco profundamente desde lo más hondo de mi alma”, y agrega que lo hace porque el caso se volvió una tragedia nacional, que no cuenta con respaldo político y, por lo tanto, lo más sano para el país es dar un paso al costado. Es de resaltar que, hasta el día de su muerte proclamó su inocencia.
Decía el poeta y filósofo español Jorge Agustín Nicolás Ruiz de Santayana que “quien olvida su historia está condenado a repetirla”. Ese hecho histórico de la renuncia de Nixon, -único presidente estadounidense en haber renunciado- trae varias lecciones que los dirigentes de hoy, deberían estudiar y tener presentes.
La primera moraleja del caso es que el poder tiene límites, y como tal, los líderes electos democráticamente deben entender que se someten a las reglas del juego de las democracias. La segunda, un presidente no es un rey designado por Dios, es una persona elegida por los ciudadanos, por lo tanto, se debe a ellos y a la democracia; sus actuaciones son susceptibles de juzgamiento por las autoridades competentes, por los controles sociales y por la historia.
Tercera, el ejercicio del poder no da al gobernante una patente de corso que lo haga inmune al ordenamiento jurídico, ni le permita hacer sus propias reglas. Adicionalmente, el poder, además de ser efímero, puede corromper, pero, si los contrapesos de la democracia funcionan, estos tienen la capacidad de corregir las distorsiones y preservar el imperio de la ley y la salud de las democracias.
Ahora bien, se observa en el mundo moderno que gobernantes electos van borrando la línea entre estado, gobierno y partidos políticos; van cooptando instituciones del Estado, anulando los contrapesos, y, de ser personajes electos democráticamente, pasan a ser dirigentes autoritarios que someten a los ciudadanos a la pobreza mientras usufructúan los privilegios del poder.
Por pequeña que sea la desviación de las reglas democráticas y del ordenamiento jurídico de un gobernante en cualquier país, estas deben ser corregida de manera rápida y eficiente, para evitar experiencias antidemocráticas. No se trata de criticar la ineficiencia de los Estados, la inoperancia de los órganos legislativos, la incoherencia de la justicia, la entronización de la clase política, la corrupción de los entes policiales, la privatización de los servicios al ciudadano y, por supuesto, el deterioro de la credibilidad de los medios de comunicación, los que en otrora fueron conciencia fiable para el ciudadano, por el contrario, se trata de mostrar que cuando un líder con conciencia corrige el curso de sus actos, y lógicamente, también corrige el curso de la historia.
Lo triste es la indiferencia de los líderes en la región Latinoamericana ante las realidades de los países vecinos, aunado a la inoperancia de los organismos internacionales ante la amargura y angustia que viven los ciudadanos hermanos.
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