Fragilidad de la legitimidad
Por: @OrlandoGoncal
Cuando se habla de Estado legítimo tendemos a pensar en que la cualidad que lo legítima es que quienes ejercen el poder hayan sido electos democráticamente, es decir, consentimiento popular, por medio de elecciones libres, universales y transparentes. Sin duda, ese es un componente importante, puesto que, es el un mandato que da origen al gobierno.
Ese mandato implica además que, si bien ese líder fue electo por una porción del electorado, su encargo es gobernar para todos por igual¸ y es aquí donde comienza a plantearse los conflictos éticos y morales del ejercicio del poder, pues muchos gobernantes, además de no reconocer que fueron electos por una parte de los electores, pero tiene la obligación de gobernar para todos.
Entonces, consideran que, el hecho de ser electos democráticamente queda ungidos en gobiernos legítimos. Surge la pregunta, ¿basta solo esa condición para ser un gobierno legítimo?, ¿acaso sus actuaciones no inciden en la legitimidad de esos gobiernos?, y en este punto que deseo centrarme.
Según el jurista, abogado, filósofo y politólogo, italiano, Norberto Bobbio, “…el significado genérico legitimidad es casi sinónimo de justicia o de razonabilidad…” y cuando se habla de política, lo vemos asociado al Estado, y sobre ello, el autor nos dice: “…la existencia en una parte relevante de la población de un grado de consenso tal que asegure la obediencia sin que sea necesario, salvo casos marginales, recurrir a la fuerza.”
Nuevamente, la legitimidad de un Estado esta directamente relacionada con el origen del gobierno que lo dirige, pero, y aquí el punto central, también incide en la legitimidad de ese mandato la actuación de ese gobernante.
Cuando un gobierno electo democráticamente, en su actuar olvida a los ciudadanos y se enfoca en los intereses de los grupos de poder que le financiaron la elección, salta la pregunta: ¿sigue siendo legítimo?
Acaso cuando un gobernante usa la herramienta democrática como la -revocatoria del mandato-, con fines abiertamente políticos electorales personales, ¿será que está utilizando este procedimiento para socavar las bases de la legitimidad de su propio gobierno?
O, cuando un gobierno, usa instituciones e instancias del Estado como, la fiscalía, procuraduría, contraloría, u oficinas del gobierno como la encargada de los impuestos, para perseguir, presionar, intimidar y hasta judicializar a los medios de comunicación, periodistas y opositores que no le son afectos, entonces ¿estará perdiendo legitimidad?
Igualmente, cuando se condicionan los programas sociales a cambio de apoyo y lealtad política, esto, además de violentar la Constitución del país, de corromper su actuar, también es una forma de ir minando la legitimidad de su propio gobierno.
Otro elemento que consideramos deslegitima las democracias en el mundo son justamente las promesas falsas maquilladas de verdad, esas sutiles que son realizadas para acceder al poder; en otros casos se promete lo que conscientemente se tiene conocimiento que no se podrá cumplir, o no se tiene en los planes cumplir. Igual de dañina, es la estrategia de muchos actores con discursos hiperpolarizantes que buscan dividir a los ciudadanos para poder acceder al poder con menos votos. Luego, en el ejercicio del poder mantiene esos discursos estigmatizantes, divisores, que les permite manejar el poder a su antojo, apartándose del consenso de las mayorías y del interés colectivo, para garantizar y proteger los intereses de una minoría, imponiéndose sobre la mayoría, con lo cual nuevamente surge la interrogante, ¿sería ese un gobierno legítimo?
Igual de preocupante es cuando cierto tipo de líderes usan el sistema democrático y sus instituciones para llegar al poder, y, una vez al frente del mismo, comienzan, por varias vías a minar esas instituciones, sembrando desconfianza sobre ellas en los ciudadanos; en algunos casos con la amenaza de desconocerlas o eliminarlas, pues, las decisiones de esas instancias, bien no son fáciles de controlar o sus decisiones no son del agrado del gobernante. Es decir, para acceder al poder fueron instituciones buenas y útiles, pero, una vez obtenida la meta, esas instituciones se vuelven incómodos organismos para el desarrollo de los intereses particulares del gobernante, con lo cual, tal vez, sin darse cuenta, o tal vez con conocimiento y objetivos cretinos dañan la legitimidad de sus propios gobiernos y por supuesto debilitan la democracia.
La política con P mayúscula es algo serio, más aún en tiempos tan convulsos como los actuales, donde la ciudadanía esta inmersa en un mar de incertidumbres, razón por la cual, los propios ciudadanos deben entender que, si quieren gobiernos eficientes y sobre que su actuación sea legítima, deben asumir un rol mucho más protagónico en la política.
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