Clientelismo político, cáncer de las democracias.

La Real Academia Española, define el clientelismo como: “Práctica política de obtención y mantenimiento del poder asegurándose fidelidades a cambio de favores y servicios.”

En el fenómeno ese un mecanismo de intermediación entre un dirigente político y la población en la cual el primero otorga -a veces solo las ofrece, y luego jamás cumple- prebendas o beneficios con dineros del erario con el objetivo de ganar fidelidad y lealtad política del beneficiado hacia el supuesto benefactor.

Esta práctica se desarrolla e intensifica en las épocas cercanas a los procesos electorales, pues el líder político requiere de votos bien sea para elegirse o reelegirse con lo cual usa y explota la necesidad o carencia de un grupo de electores para entonces a través de esas prebendas -que en algunos casos llegan a llamar programas sociales- obtener el beneficio electoral deseado.

Las carencias y las dificultades que sufren algunos electores hacen que esa relación sea simbiótica, es decir de dependencia mutua. Esto a su vez hace que ante cada elección la oferta del dirigente político deba aumentar, lo cual incrementa por un lado los gastos del Estado y por el otro el costo de las campañas electorales, llegando a números absolutamente estratosféricos, pues con electores cada vez más informados, muchos de ellos, aceptan las prebendas -bien por necesidad o por la oportunidad de aprovecharse- pero en el fondo entiende que ese dirigente esta tratando de explotar esa necesidad para obtener su voto, por lo cual el sentimiento de resentimiento y rabia que se desarrolla en ese elector, hacen que si bien reciba la prebenda, quizás termine votando en contra de ese supuesto benefactor, como venganza.

Esta práctica del clientelismo, o relaciones clientelares, lamentablemente es una práctica muy común en todo tipo de regímenes, pero donde más daño hacen es los regímenes democráticos, pues en los regímenes autoritarios el respeto a las normas democráticas no son prioridad, pero en las democracias, el clientelismo político es una forma -muy sencilla, por cierto- de corrupción que socaba las instituciones, pues estas además de secuestradas por los intereses políticos electorales.

Otro hecho relevante y que raya lo perverso, es el condicionamiento de los programas sociales a la lealtad política, pues son usados primero selectivamente, es decir son supuestos programas sociales que no son para todos, son para los que profesen lealtad a quien tiene el poder de otorgar esos beneficios, con lo cual terminan transformándose en un instrumento de control político y social de la población.

Los ejemplos, lamentablemente abundan en toda la región. Basta recordar la última elección en Brasil, donde el entonces presidente Bolsonaro logra, a meses de la elección, que el congreso le apruebe apoyos sociales que comprometieron unos 7.650 millones de dólares, dineros no previstos inicialmente en el presupuesto de este año. Para lograr esta aprobación posiblemente Bolsonaro debió negociar y acordar con distintas fuerzas del Congreso, y, sin dudas, darles participación en la ejecución de las medidas como ayudas sociales que acompañaron la declaración de emergencia.

Otro ejemplo son las famosas “misiones sociales” que desarrolló el fallecido presidente Hugo Chávez en Venezuela. Ese quizás se el ejemplo más claro de como con dineros del Estado, se crearon programas sociales y que, si bien inicialmente estaban a disposición de la mayoría de la población, al poco tiempo, solo se podía ser beneficiario si te inscribías en el partido oficial y además participabas en distintas actividades partidistas.

Aquí cabria entonces la pregunta de ¿cuál es la diferencia entre un líder de un régimen democrático que aplica estas prácticas y un autócrata o un dictador? y el simple hecho de plantearse esa pregunta ya debería ser un llamado de atención para la sociedad, quien en definitiva tiene el poder de poner un coto a estas prácticas, mediante distintas herramientas que están a su disposición.

Por ejemplo, si los ciudadanos desean combatir esas prácticas del clientelismo político o del caciquismo, la sanción social colectiva de rechazo en los más variados espacios públicos es una herramienta muy poderosa. Otra es que el ciudadano entienda que no hay un impuesto más perverso que la corrupción, pues se usan y manipulan recursos del Estado para beneficio de unos pocos, restándoles importantes recursos para la solución de problemas reales que aquejan a la población.

El clientelismo político, definitivamente es un cáncer de las democracias, pero por fortuna, el cáncer tiene cura, solo basta que, por una parte los ciudadanos tomen la decisión de combatirlo, y por otra, los nuevos liderazgos entiendan que la lealtad política, se construye con mucho tiempo y trabajo transparente, estando siempre al lado de los ciudadanos, mirándole a los ojos y con la verdad por delante.

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