Globalización de la indiferencia.
Por: @OrlandoGoncal
El proceso de globalización que se ha dado en el planeta, indiscutiblemente, trajo grandes avances en lo económico, en lo tecnológico, en lo científico, y durante décadas se pensó que esta era la ruta del progreso para el mundo.
Sin embargo, a pesar de esos avances y de la reducción de la pobreza, las desigualdades crecieron, haciendo el distanciamiento entre ricos y pobres cada vez mayor. La globalización trajo el surgimiento de unas élites en todos los sectores de la sociedad y con ello un cambio en los valores y principios del ser humano.
Hasta hace unos 50 años atrás todo trabajo era respetado y valorado en su justa dimensión. Se tenía el mismo respeto, consideración y valor por las personas sin importar mucho su clase social o nivel educativo, pues el valor radicaba en el simple hecho de ser una persona. Por ejemplo, el albañil y el ingeniero eran respetados por igual, aunque cada uno tenía su rol en la actividad que desarrollaban; lo mismo ocurría entre enfermeros, médicos y personal de limpieza, o entre maestros y personal auxiliar, así podríamos seguir en toda clase de actividad.
La globalización le fue dando más importancia a los “líderes” de cada actividad, y es allí donde comienza a establecerse diferencias entre los supuestos líderes de los procesos y las demás personas del gremio. La diferenciación comenzó por lo económico, pagándole mucho más a estos “líderes” de los procesos que a los demás empleados. El argumento central ha sido el nivel de responsabilidad que tenía cada uno. Siguiendo esa línea, las diferencias se fueron ahondando con el tiempo y se llegó -en lo económico- a niveles que, en ocasiones, son no solo grotescos sino indignantes, pero lo más grave ha sido el menosprecio a las personas que realizaban labores más sencillas.
¿Valdría la pena preguntarse si el mejor neurocirujano del mundo, pudiera realizar su labor con éxito si el quirófano no estuviera pulcro, o la sala de recuperación no estuviera cristalina de limpia? ¿O acaso un maestro podría impartir conocimiento de la forma más eficiente si el aula estuviera sucia? ¿O cuantas personas se enfermarían y hasta morirían si no hubiese quien recogiera la basura de las calles?
Cuando nos planteamos este dilema, deberíamos pensar, quizás en que, si bien puede haber distintos niveles de responsabilidad en las diferentes esferas de las sociedades, en el fondo, todos importan y todos valen. Ésta pandemia así lo ha demostrado, poniendo en evidencia la grotesca desigualdad que tenemos en el planeta, así como la discriminación y la xenofobia, producto de la exaltación del individualismo que a diario se practica, gracias a la globalización.
Se pasó de la cooperación e interrelación entre los países dentro de la ola globalizadora, a la más descarnada lucha por el ascenso económico y social; llegando a extremos como el de “América primero”, liderazgo que en ésta pandemia puso a América de primera, pero en infecciones, muertes. O peor aún, el mundo ha sido testigo de la rebatiña y hasta robo de respiradores entre países. Además, observamos a gobernantes que, en vez de salvar vidas, priorizaron los negocios; en vez de ayudar a los ciudadanos usan los recursos públicos para auxiliar a grandes conglomerados económicos.
El historiador, filósofo y pensador israelita, Yuval Harari, en una entrevista hace unos meses decía lo siguiente: “Mi principal preocupación es que, debido a consideraciones cortoplacistas, la gente tome decisiones equivocadas como, por ejemplo, lidiar con la crisis implantando regímenes autoritarios o incluso totalitarios, en lugar de empoderar a los ciudadanos”.
La preocupación de Harari, es compartida por muchos, pero le toca al ciudadano levantarse, alzar su voz y comenzar a ejercer su ciudadanía, es decir comenzar a ejercer sus derechos -así como sus obligaciones-, involucrarse en la toma de decisiones de su comunidad, de su ciudad, de su país. Es el ciudadano quien tiene que rescatar su propio valor, y por medio de ello se logrará el surgimiento de un nuevo liderazgo capaz de comenzar a establecer equilibrios para lograr progresar dentro de un mundo más justo, equitativo y solidario, donde todos tengan las mismas oportunidades.
Este cambio de Era es propicio para el surgimiento de los nuevos liderazgos. Sin dudas que estos se manifestarán e irán combatiendo la globalización de la indiferencia.
Con indiferencia no se puede construir sociedades diferentes. Necesitamos reinventar y reconectarnos con valores como la solidaridad, la fraternidad, la inclusión, el reconocimiento del otro como un igual y, sobre todo, el respeto mutuo.