La mediación es el corazón de la política
Nelson Espinal Báez
La concepción de la política como ring y del político como boxeador es parte de la pasión y la emoción de la competencia electoral y la construcción de relatos populares. No es negativa en sí misma, el problema viene cuando el político se lo cree y carece de la suficiente formación de Estado para entender que un “buen político, incluyendo los que habitan la Casa Blanca, viven negociando un 98% de su tiempo…y decidiendo el 2% restante.” (Roger Fisher/Harvard Negotiation Project).
La política es la gestión del disenso, de las contradicciones y del conflicto. Todo político, sin excepción, está destinado concertar si quiere acceder al poder y permanecer en el. El político acude al consenso como un medio, no como un dogma. Si fracasa la política viene la violencia. Esta nace del miedo a la acción política. La acción violenta es expresión de impotencia política.
Trujillo y Balaguer en sus 12 años, fueron más violencia que política, mientras Bosch y Peña Gómez encarnaron más política que violencia.
La política es construcción, la violencia es destrucción. Pura entropía. Ni Trujillo ni Balaguer dejaron partidos funcionales ni líderes tras su muerte. Bosch formó dos partidos y Peña Gómez llevó al poder su partido. Ambos dejaron líderes.
El auténtico político sabe que el mundo es un proceso, lo hacemos entre todos día a día con nuestras palabras, acciones y decisiones. El político está llamado a gestionar esos procesos y para ello debe mediar en la relación ciudadanía y poder. Empresa y ciudadanía. Empresa y poder. Poder y poder.
La alta gestión política sabe que no solo lo racional es una decisión estratégica, sino que lo altamente estratégico es una decisión que va más allá de lo racional y comprende lo relacional.
Si partimos de la idea moderna de que la estrategia es una ciencia de la elección y de la acción humana, y como una persona o institución se relaciona con su entorno, basta mirar a nuestro alrededor para apreciar como nuestra sociedad tiende a abordar y gestionar las diferencias en la vida pública – sus conflictos – y plantear sus estrategias teniendo en cuenta exclusivamente enfoques altamente violentos.
Los temas que tiene que gestionar un político son todos conflictos públicos que suelen gestionarse con negociación y mediación porque necesitan soluciones eficientes y sostenibles. Temas como la pobreza, el medioambiente, los movimientos sociales, los reclamos y protestas comunitarias, la inseguridad, las viviendas populares, las concesiones mineras, viales y en general que afectan la comunidades e intereses colectivos, los procesos electorales, los conflictos ambientales y las políticas públicas y grandes procesos de reformas. Sus resultados tienen consecuencias más allá de lo interpersonal, penetran la colectividad y esculpen la vida de una comunidad, de un país, de una región o literalmente del planeta.
Un viejo dicho popular yemení afirma “Si las cosas se pueden arreglar con sangre para que perder el tiempo con palabras”.
En nuestro país, pudiera decirse “Si las cosas se pueden arreglar con dinero para que perder el tiempo con argumentos”.
Así viven y deciden muchos hoy en día. No se dan cuenta de que el político vive de la palabra, construye y destruye con ella, y en ese camino se hace o deshace a sí mismo. Y con ello, su propia nación.
Cuando el político no decide y se abstiene de enfrentar los problemas difíciles, deja de ser líder. Cuando el político deja de dialogar y convencer, deja de ser político, dando paso a la violencia en sus múltiples manifestaciones, desde la corrupción y la impunidad, hasta el acallamiento de voces disidentes generando así más violencia visible e invisible.
Y cuando la violencia entra por la puerta, la política sale por la ventana.
Nelson Espinal Baez. Associate MIT-Harvard Public Disputes Program at Harvard Law School.
Foto: www.nelsonespinalbaez.wordpress.com