Muerte y resurrección

Muerte y resurrección

Por: @OrlandoGoncal

Estos últimos días, han sido estremecedores.

En Perú, un expresidente toma la decisión de quitarse la vida cuando la policía y la fiscalía se presentan en su casa con una orden de aprehensión.

En México en una fiesta familiar, en la ciudad de Minatitlán, en el estado de Veracruz, deja un saldo de trece personas asesinadas, entre ellas un niño de apenas un año de edad.

Mientras los católicos en el mundo celebrábamos la resurrección de Jesús, el pequeño grupo terrorista Estado Islámico -ISIS, en inglés- atacaba iglesias católicas y hoteles en la Sri Lanka dejando más de 320 muertos y más de 500 heridos.

Realmente estremecedor todo el panorama.

En varias ocasiones hemos planteado que estamos en un cambio de Era y que eso mucho más radical, profundo que simplemente un era de cambios.

Por ejemplo, en las últimas cuatro décadas han ocurrido 240 conflictos internos y 22 enfrentamientos entre países en el mundo, por múltiples causas que van desde elementos económicos, políticos, ideológicos, culturales y religiosos.

Adicionalmente, los desajustes que está generando este cambio de Era son enormes y van desde la economía del mundo donde el aumento del endeudamiento de los países ha encendido las alarmas en el Fondo Monetario Internacional y, sumado a ello, la brecha entre pobres y ricos es cada vez más grande y profunda, generando todos los problemas de desigualdad y pobreza que ya conocemos.

Como si no fuera suficiente, las tensiones del planeta, el número de agresiones por discriminación o bien ha aumentado o son más visibles, pero en todo caso, que en pleno siglo XXI aún tengamos que presenciar y ver agresiones por discriminación, por nuestras preferencias políticas, ideológicas, religiosas, sexuales, de raza, de color de piel, en fin agresiones y discriminaciones que son una vergüenza para la raza humana, la que se supone es la inteligente.

Y esta raza inteligente, es la misma que ha venido sobre explotando los recursos del único planeta que tenemos –hasta ahora- y abusando de ellos, al extremos de haber logrado la extinción de innumerables especies animales y vegetales y de ponernos a solamente dos grados de generar un efecto invernadero que podría no tener retorno y por lo tanto, extinguirnos a todos.

Para agregarle más leña al fuego, ante tantos problemas y conflictos, entonces los ciudadanos comienzan a desconfiar de los sistemas democráticos y valorarlos cada vez menos. De hecho, a 28% de los ciudadanos en Latinoamérica confiesa preferir un sistema autoritario y, al 15% les es indiferente. Es decir, para más de cuatro de cada 10 ciudadanos, el sistema democrático no le importa.

Durante años se ha dicho que sufrimos una crisis de liderazgo y, cuando vemos como una sola compañía -Odebrecht- estructuro de manera corporativa un sistema sofisticado de corrupción que ha afectado a dirigentes de 15 países en dos continentes, por la ambición desmedida de multiplicar sus utilidades, sin ningún tipo de consideración ética, moral y mucho menos legal, pues entonces evidenciamos que, efectivamente tenemos una crisis de liderazgo.

Cuando vemos la actuación de los organismos internacionales, -ONU, OEA, etc.- y vemos situaciones como el genocidio de Ruanda, o el conflicto en los Balcanes, o situaciones y conflictos como los de Crimea, Siria, o más cerca, en Nicaragua y Venezuela y estos organismos, con su actuar paquidérmico permiten que se extingan miles de vidas, o se llenen las mazmorras con presos políticos, tenemos una crisis de liderazgo.

Al estudiar campañas electorales pasadas se evidencia que la comunicación política ha evolucionado y mucho, generando nuevas herramientas para conectar con el elector, pero también se evidencia –tristemente- como el debate democrático ha venido perdiendo profundidad y calidad, ratificando una crisis de liderazgo.

Estamos en un cambio de Era, lo cual seguramente nos está llevando a muchas cosas tengan que morir, para que otras resuciten o en todo caso para que surjan otras nuevas.

Quizás el cambio más importante debe ser en cada uno de nosotros, en que asumamos que, para cambiar el mundo –y conservarlo-, debemos nosotros cambiar, asumir nuestras responsabilidades, y, sobre todo, asumir nuestro papel como actores activos y participativos de nuestra sociedad.

Cada uno de nosotros tenemos el deber de asumir nuestra cuota de responsabilidad y ser mucho más activos a la hora de participar y no dejar que otros tomen las decisiones por nosotros.

Cada vez que despreciamos la política, estamos permitiendo que otros decidan por nosotros y, peor aún, aunque no participemos, la política termina impactándonos de una u otra forma.

Así que, no tenemos por qué estar entre la muerte y la resurrección. Podemos elegir, pero debemos elegir y asumir nuestra responsabilidad.

Foto: Reuters

El autor