¿Cómo gobernar a Colombia?
Visiones, dilemas y decisiones de los mejores líderes políticos del país
Por: @klabradora
Cuando se empezó a pensar en Colombia Líder, estábamos convencidos que en Colombia habían muchos gobernantes locales que estaban haciendo las cosas bien. Sin embargo, sus buenas acciones no eran conocidas ni reconocidas.
Así nacimos para hacer visible lo invisible: esos liderazgos regionales y locales que estaban haciendo muy bien su tarea. Empezamos a premiar a los mejores mandatarios locales; y a descubrir las razones para el buen gobierno, seguros de que “si es posible gobernar bien”.
Para ese momento considerábamos que un buen gobernante debía tener varias cualidades que están descritas en el libro “¿Cómo gobernar a Colombia?”. Pero quiero centrarme en tres: líder inspirador; cultura de la legalidad y planear y ejecutar.
Y que significa cada una de estas cualidades…
Un líder carismático, que inspire con sus ideas y tenga una oratoria poderosa puede ser un buen candidato a un cargo de elección popular, pero si no sabe cómo traducir lo que propone en acciones concretas y legítimas de la administración, lo más probable es que no será un buen gobernante.
Esta es una de las principales enseñanzas que le ha dejado a Colombia Líder su trabajo con mandatarios locales en los últimos diez años: un buen alcalde o un buen gobernador debe por supuesto ser un líder, con la capacidad de movilizar a su población.
Un líder inspirador debe a su vez contar con un equipo de trabajo de alto desempeño que garantice una adecuada institucionalidad; ser capaz de general alianzas estratégicas y colaborativas que generen oportunidades y que sea capaz de generar confianza, la cual se traduce en tener un poder de convocatoria.
La cultura de la legalidad tiene que ser con la rendición de cuentas; con saber administrar los recursos y con involucrar a los ciudadanos en el control social. Para ello se requiere que el plan de desarrollo se fundamente en indicadores y líneas de base actualizadas y certeras que permitan poder tomar decisiones correctas y no improvisar.
Una vez aprobado, el plan no es un documento para guardar en una biblioteca. Al contrario, el seguimiento que se haga de él es lo que lo hace más importante. ¿Se cumplieron las metas previstas? ¿Se llevaron a cabo las inversiones ordenadas por él?, es la evaluación que deben hacer permanentemente los organismos de control, los medios de comunicación y todos los ciudadanos.
Y el más interesado en que se haga esta evaluación debe ser el mismo alcalde o gobernador. Es la forma en que puede saber si sus políticas están obteniendo el efecto esperado o si es necesario hacer un cambio de rumbo. Ocultar la realidad o ‘maquillarla’ lo único que logra es que la administración pierda la oportunidad de encontrar la forma de hacer un mejor trabajo.
Finalmente se requiere que el buen gobernante planee y ejecute a tiempo y con calidad; que haga un seguimiento y una evaluación permanente (para lo cual debe no sólo informar sino también comunicar) y que no improvise, que sepa priorizar y tomar las decisiones a tiempo.
Luego de 10 años, nos encontramos con que también se necesitaba contar con una visión a largo plazo; que la información llegue a todos y que esta sea la base para la toma de decisiones; pero sobre todo que las acciones de los gobernantes se centren en la dignidad humana.
En medio de las disputas políticas, los debates ideológicos y las trabas burocráticas, se olvida a veces que el ser humano es el centro de la labor de todos los servidores públicos. Proteger la “vida, honra y bienes” de las personas, como lo dice la Constitución, y garantizar sus derechos, en especial los de los más vulnerables, es la primera y más importante responsabilidad que tienen a su cargo los funcionarios de todos los niveles del Estado.
De nada valdría tener unas finanzas sanas o una administración eficiente, si no fuera para hacer cosas en beneficio de la gente. Por encima de cualquier otra consideración, la seguridad humana, entendida como la protección de la vida en condiciones de dignidad, integridad e igualdad, es lo que debe orientar la actividad estatal.
En una palabra, es dignidad lo que caracteriza el trato que los buenos mandatarios dan a todas las personas. Dignidad, que permite a quienes son más vulnerables ser protegidos; a quienes tradicionalmente han sido víctimas de marginación o discriminación, hacer parte de su comunidad en condiciones de respeto e igualdad, y, en general, a todos los gobernados, tener confianza en su relación con el Estado.
Los habitantes de cada uno de los territorios de nuestro país se convierten en los verdaderos protagonistas de la transformación física, cultural y social, al devolverles la confianza en lo público, dándoles voz desde el inicio de las administraciones de los alcaldes y gobernadores y teniendo en cuenta sus proyectos de vida para garantizar su felicidad.
Karem Labrador Araújo
Directora ejecutiva de Colombia Líder
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