Perú en eterna crisis.
Por: @OrlandoGoncal
La Constitución Política del Perú, en su artículo 113 contempla la figura de la –vacancia de la Presidencia de la República- situación en virtud de la cual el titular del cargo quedará privado de seguir ejerciéndolo por declaración de incapacidad moral como supuesto de procedencia.
El gobierno que inició en el Perú el 28 de julio de 2021, con el presidente Pedro Castillo, y apenas cuatro meses después, se suscitó la primera solicitud de vacancia del presidente. En ese momento no lograron reunir los votos necesarios para su pertinencia.
El pasado 14 de marzo nuevamente se presenta un nuevo proyecto de vacancia y el congreso aprueba estudiarla; fijando fecha el próximo 28 de marzo para escuchar los argumentos de la defensa del presidente y luego votar por si la aprueban o no.
Para declarar la vacancia de la presidencia de la República se requiere de 87 votos de los 130 congresistas que componen el Parlamento. De acuerdo con los reportes, es posible que, en esta ocasión haya mayor apoyo para llevar adelante dicha vacancia.
Sumado a lo anterior, el presidente Pedro Castillo ha cambiado su gabinete por cuarta vez en sus poco más de siete meses en el poder. La última vez, en una misma semana, lo hizo en dos oportunidades, tratando con ello apaciguar las aguas, pues le llovieron torrenciales críticas por los nombramientos.
El Perú arrastra una crisis institucional que tiene más de seis años, donde ha habido la destitución de presidentes, enjuiciamiento de ex presidentes, algunos detenidos. Así que, esta nueva crisis en el Perú es la prolongación y continuación de una enquistada crisis no superada.
El presidente Castillo llegó a la presidencia con un mensaje simple, presentándose como el humilde maestro que ofreció apoyo a las clases más necesitadas, prometió luchar contra las empresas extranjeras extractivas, acusándolas de explotadoras de la mano de obra local que saqueaban el país; y con ese relato logró el apoyo de los trabajadores y de los más desfavorecidos, sobre todo en las regiones andinas.
En el fondo Castillo se presentó como antisistema durante la campaña y la pandemia, momentos álgidos para la población. Aunado a su relato, construido con palabras sencillas, narración que el pueblo entendió fácilmente, además, reforzado con la forma de hablar, su caminar y la manera de vestir, tenía coherencia, y por lo tanto generó credibilidad.
Ahora, el presidente es un sencillo ser humano que no está acostumbrado al hábito de la lectura, no tiene televisor, ni radio, por lo cual los asesores le resumen los titulares de los periódicos, lo mantienen, buena parte del tiempo, aislado, recibiendo gente de su pueblo, todo con informalidad e improvisación constante en el Palacio de Gobierno. Con este panorama, es claro que la sensación alrededor del gobierno es de caos e ingobernabilidad, razones suficientes para dilatar la agenda de lo importante, como las reformas en los transportes, pensiones, y en especial la Constitución que prometió el presidente en campaña.
En medio de esta inoperancia y con la amenaza de la vacancia, el presidente Castillo anuncia la convocatoria del Acuerdo Nacional a una sesión para el sábado 26 de marzo, es decir, dos días antes de que el Congreso de la República debata la moción de vacancia en su contra. Evidentemente trata de, por un lado, de desviar la atención y poner a la opinión publica de su lado, presentándose como un presidente que está por encima del bien y del mal, y que está dispuesto a conversar y escuchar a todos, y por el otro lado, trata de evidenciar al congreso como un ente politiquero, donde están incrustadas las viejas y corruptas élites que no le dejan gobernar.
Pequeño detalle, la moción de vacancia se discute, debate y se resuelve con los votos de los congresistas, y no con la opinión pública; menos aun cuando los índices de aprobación vienen en picada con un 69 % de peruanos que desaprueba la gestión de Pedro Castillo y solo 25 % le aprueban.
Lamentablemente, el Perú, con 33 millones de habitantes, se ha sumido de nuevo en la convulsión, en la que pareciera la eterna crisis y casi pudiera considerarse un Estado débil, y hasta ingobernable.
Es entendible que la mayoría de los peruanos estaban muy molestos con las élites -políticas, económicas, académicas, eclesiásticas, sindicales- pero la pregunta que habría que hacerse es: ¿Valió la pena apostar -votar- por un desconocido que se presentaba como el vengador del pueblo?
Para ponerle fin a esa crisis eterna, los ciudadanos tendrán que apersonarse, asumir el liderazgo e impulsar a una nueva y absolutamente comprometida clase dirigente que saque adelante el país.
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