Cambio y esperanza, a ritmo de samba.

Cambio y esperanza, a ritmo de samba.

El país más grande y poblado de Latino América, Brasil, se expresó en las urnas y quizás una lectura de lo que allí ocurrió, es que los ciudadanos apostaron por el cambio y la esperanza.

Durante 4 elecciones el país se la jugó por un modelo político que, si bien logró, con éxito, sacar a millones de personas de la pobreza, darle más y mejores oportunidades a los más desfavorecidos, haciendo crecer a Brasil a un ritmo de 7% anual, luego de tres lustros, todo se le vino abajo y el modelo colapsó.

Las causas del derrumbe posiblemente fueron varias, entre ellas, las jugadas de distintas vertientes políticas, a las que no haré referencia en este artículo; pero me detendré en un par de las que considero sociológicamente relevantes.

La primera, los programas sociales son ayudas importantes para atender a los ciudadanos más vulnerables y permitiéndoles salir de la pobreza; pero, una vez iniciado el recorrido para salir de la situación de vulnerabilidad, esos programas sociales deben evolucionar a generar oportunidades para que, con su propio esfuerzo, estas personas puedan seguir por la senda del crecimiento. Esta etapa no se implementó, por el contrario, involucionó, transformándose en un arma de control político.

La segunda causa, fue la corrupción. Fenómeno que, si bien nace en el seno del empresariado brasilero, se incrusta y carcome los cimientos del gobierno, debilitando las instituciones, haciéndolas ineficientes, deteriorando los servicios públicos, los programas sociales se fueron haciendo inoperantes; en contraste, el gobierno -mal gastaba- millones de dólares en el mundial de futbol y los juegos olímpicos. Además, el destape del escándalo de corrupción de Odebrecht y Lava Jato, generó enorme molestia en la población.

Sumado a todo ello, el mal desempeño económico de los últimos tiempos acabó con la bonanza del Brasil, lo que les ha llevado un retroceso histórico, pues los indicadores de pobreza volvieron a aumentar, el desempleo se disparó en un 12,1%, poniendo en riesgo a 13 millones de personas. Además, un desbordamiento de la inseguridad que tiene en vilo a la población.

Este caldo de cultivo, permitió que, un modesto diputado que en 27 años presentó 3 proyectos sin gran relevancia, que, con apenas 8 segundos diarios en televisión durante la campaña, con un partido sin estructura o maquinaria, y muy poco dinero, pero, interpretando el malestar de las mayorías, con un mensaje duro, fuerte, en ocasiones muy polémico, pero simple, sencillo, fácil de entender, lograra hacerse de la presidencia.

En plena campaña, el atentado con cuchillo que sufrió el 6 de septiembre en Minas Gerais, le proporcionó mayor atención pública, hecho que lo victimizó, y, de paso, le sirvió de excusa para no participar de los debates televisivos con sus rivales, evitando así que sus debilidades pudieran ser percibidas por el electorado.

 

La elección brasilera fue sin duda la más polarizada, violenta y sucia pero, el pueblo voto y ahora, el presidente electo Jair Bolsonaro, tendrá que resolver los graves problemas sociales, combatir las desigualdades, la inseguridad y restablecer la credibilidad de las instituciones del Estado. Además, deberá hacerlo con un Congreso donde las fuerzas políticas están repartidas en 30 partidos, y Bolsonaro sólo cuenta con 4 de los 81 senadores y 52 diputados de 513.

En el mundo, pareciera que, hay un tendencia con ese estilo de personajes duros, que llama a las cosas por su nombre, y que, si bien su discurso polariza, les genera dividendos y logran triunfar, -véase al estadounidense Trump; Orbán, en Hungría; Putin, en Rusia; Duterte, en Filipinas;  Erdogan en Turquía; Chávez en Venezuela; o fórmulas más extrañas aún,  los bolivianos “inventaron” a un indígena cocalero, los paraguayos a un cura, los uruguayos a un ex-guerrilero medio hippie (pero brillante), los chilenos a un empresario multimillonario, los haitianos a un cantante, los guatemaltecos a un cómico.

Los pueblos exigen respuestas a los líderes y estos, parecieran no tienen nada que decir; sólo se limitan a hacer diagnósticos sin soluciones, denuncias y más denuncias sin resultados; continúan haciendo más de lo mismo, esperando obtener frutos, pero, la realidad es que, el liderazgo de nuestros países, o bien, no está interpretando el sentir de los ciudadanos, o están ciegos, o lo que es peor, no está preparado para el acontecer social moderno.

El hambre, las carencias, las desigualdades, no tienen color, no entienden de derecha o izquierda, tiene rostros humanos y urge que el liderazgo político lo entienda y atienda la necesidad de cambio y esperanza, al acelerado ritmo de la mejor samba brasilera.

Foto: http://caracol.com.co

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